viernes, 7 de diciembre de 2012

Guardar sus mandamientos

Aborreced vuestra vida…

Por Ernesto G. Sauberlich B.

Jn 12:25

“El que ama su vida,     la perderá;
y el que aborrece su vida en este mundo,
para vida eterna la guardará.”

De estas palabras de nuestro Señor Jesucristo,   se desprende uno de los mandamientos más complejos para nosotros los seres humanos que hemos sido llamados,   justificados,  regenerados,  y estamos en el proceso de santificación.

Para poder comprender todas las ramificaciones de este mandamiento,   necesitamos leer algunos pasajes que nos enseñan y nos ayudan a aclarar el tema de aborrecer nuestras vidas.    Para el mundo,  para los incrédulos,  o como está escrito,  “…para los que se pierden,  esto es locura”.    Pero para los que hemos sido redimidos por la gracia y misericordia del Señor,   esto debería ser algo maravilloso.

Sin embargo será algo con lo que estaremos en conflicto muchas veces durante nuestro peregrinar en esta vida,   ya que habrá infinidad de ocasiones,  en las que nos veremos enfrentados a tener que perder nuestras vidas por causa del evangelio,   y no me refiero sólo por causa de la predicación del evangelio,  sino porque tendremos que vivir por fe,  amándonos los unos a los otros,    perdonando incluso a nuestros enemigos,   permitiendo ser abusados,  ridiculizados,   ofendidos,    vituperados,   injuriados,    encarcelados,   martirizados,    afligidos,   torturados,    y en algunos casos incluso sentenciados a muerte física.

Como ve hermano/a,   la lista no es menor y todavía queda otra aún más exigente,   y es la que trataremos en esta ocasión.    Es la lista de aquellas cosas que son tu vida,   tus pasiones y tus deseos,    esa vida a la que se refiere en gran parte el Señor cuando nos dio ese mandamiento en forma de consejo.

Para ampliar lo que está escrito en Jn. 12:25,   necesitamos agregar otra cita de lo que dijo el Señor Jesucristo,   y esa cita la encontramos en Lucas 9:23-25,  donde está escrito,     “Y decía a todos:     Si alguno quiere venir en pos de mí,      niéguese a sí mismo,   tome su cruz cada día,   y sígame.      Porque todo el que quiera salvar su vida,     la perderá;     y todo el que pierda su vida por causa de mí,    éste la salvará.        Pues  ¿qué aprovecha al hombre,   si gana todo el mundo,   y se destruye o se pierde a sí mismo?”

Sin embargo el Señor no paró ahí,    también agregó a lo anterior,  Si alguno viene a mí,    y no aborrece a su padre,  y madre,  y mujer,  e hijos,  y hermanos,  y hermanas,    y aun también su propia vida,      no puede ser mi discípulo.”

Como puedes ver,   la cosa no se pone más simple,  sino que la exigencia va en aumento.    Por lo tanto podemos entender que se trata de algo que tiene suma importancia para los que hemos recibido al Señor y queremos ser verdaderos discípulos de Él.

Lo cual hace necesario que ahondemos en este mandamiento,   y para eso,    lo mejor es comenzar por ver un ejemplo magistral.    Nuestro hermano y apóstol Pablo,  fue un instrumento del Señor para que justamente nosotros los gentiles,    los que fuimos injertados en la raíz santa,   adoptados por pura misericordia,   tuviésemos un ejemplo claro,   al cual debemos imitar.

Para eso Pablo,   lleno del Espíritu Santo,    nos escribió de su propia experiencia.

En su discurso final ante los ancianos de Efesios,   Pablo dice lo siguiente:   “Pero de ninguna cosa hago caso,      ni estimo preciosa mi vida para mí mismo,     con tal que acabe mi carrera con gozo,    y el ministerio que recibí del Señor Jesús,    para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”  Hch. 20:24

Estas palabras nos dan un motivo muy importante y poderoso,    por el cual nos sería muy bueno no estimar preciosa nuestras vidas,   como dice al final,   para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.     Sin embargo Pablo también lo explica de otra forma cuando dice en   Gál 2:20  Con Cristo estoy juntamente crucificado,      y ya no vivo yo,     mas vive Cristo en mí;     y lo que ahora vivo en la carne,      lo vivo en la fe del Hijo de Dios,     el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.

Esta afirmación de Pablo,   se puede complementar con lo que él afirmó en Flp 3:7-8     cuando dijo:    “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia,     las he estimado como pérdida por amor de Cristo.       8  Y ciertamente,     aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,      mi Señor,    por amor del cual lo he perdido todo,    y lo tengo por basura,      para ganar a Cristo.”

Considerando lo anterior,    y continuando con el tema de perder o más bien aborrecer nuestras vidas,     Pablo nos explica algo más al respecto cuando dice en  Gál 5:16-17    Digo,     pues:     Andad en el Espíritu,      y no satisfagáis los deseos de la carne.       17  Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu,    y el del Espíritu es contra la carne;     y éstos se oponen entre sí,     para que no hagáis lo que quisiereis.

Para que no hagáis lo que quisiereis.   Con esto se está refiriendo a lo que está muy dentro de nosotros,   porque lo que yo quiero,   es algo que está muy dentro de mí.    Entonces podemos entender mejor si leemos lo que continua diciendo en Gál 5:24  Pero los que son de Cristo,    han crucificado la carne con sus pasiones y deseos.”   Esto es aborrecer tu vida,   perderla,   morir a ti mismo,   en una forma práctica y real.

Las pasiones y los deseos

Este tema de crucificar la carne con sus pasiones y deseos,  es lo que tenemos que ver con más profundidad.     Si vuelves a leer,    dice que los que son de Cristo,    hicieron algo.   Está en tiempo pasado,   usa la palabra  “han”,    es algo que deberías haber hecho cuando pasaste a ser de Cristo.  ¿Qué es lo que deberías haber hecho?     Deberías haber crucificado tu carne con sus pasiones y deseos.

Este es el punto complicado.    Esto de crucificar la carne.    Recuerdas cuando el Señor te dijo que debes tomar tu cruz cada día.   Esto no lo dijo que lo hicieras,   para que todos tengan lástima de ti,   o para demostrar que eres un seguidor de Cristo piadoso y humilde,   sino para que vayas y crucifiques cada día tu carne con todas sus pasiones y deseos.

Si tú no comienzas a crucificar tu carne cada día,    primero estarás en desobediencia al mandato del Señor Jesucristo (y no podrás ser un discípulo de Él),   y segundo,   estarás permitiendo que tu carne te siga atormentando en tu diario caminar.

Las Pasiones

Veamos primero el tema de las pasiones.   Para esto podemos leer en Rom 7:5  “Porque mientras estábamos en la carne,    las pasiones pecaminosas que eran por la ley,   obraban en nuestros miembros,     llevando fruto para muerte.”    Pablo en este capítulo,     es cuando enseña algo sumamente importante.    La lucha entre estas pasiones de la carne con nuestro espíritu.    Las pasiones provienen de lo que se genera cuando nuestras emociones y sentimientos son estimulados por sensaciones o impresiones,  gatillando nuestras concupiscencias.

En otras palabras,    una pasión es cuando uno sufre una necesidad por algo que sintió y que le gustó,  por algo que le sedujo.    Algo que sintió en sus entrañas,  o corazón como lo dice las Escrituras.    Por eso las pasiones generalmente se relacionan mucho con las artes,   música,    danza,    con los deportes,  con los animales,    con otros seres humanos,    jardín y naturaleza.    ¿Ha escuchado decir:  “yo soy un apasionado por…”   o  “mi pasión es…”?  

Cuando algo produce una sensación tan marcada en nuestro ser,     se desata una pasión por algo;   en otras palabras se instala una prioridad en tu alma (mente,   entendimiento).   Esto pude ser una  “buena idea”  como le llamamos o una  “visión”   o un  “sueño”.    Algo que se fija en tu mente,   muy dentro de ti.

Lo lamentable de esta condición,    es que cuando una pasión es desatada,   ésta comienza a tomar control de nuestra voluntad,   hasta que nos lleva a hacer lo que sea necesario para satisfacerla.   Es ahí donde se convierte en una pasión pecaminosa.   

Esto se explica magistralmente en   Stg 1:14-15  “…sino que cada uno es tentado,   cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.   15  Entonces la concupiscencia,     después que ha concebido,    da a luz el pecado;    y el pecado,    siendo consumado,     da a luz la muerte. 

Para ponerlo de otra manera,   las pasiones pecaminosas que debes crucificar,    son todas esas cosas que tú haces,   porque tú quieres.   Cada vez que tú haces lo que tú quieres,    como tú quieres  y  cuando tú quieres,   es como si volvieras a ser una esclavo/a del pecado,   de tus pasiones pecaminosas,   de tus concupiscencias.      

Tu prioridad se convierte en tu enemiga,   que hace que tú te centres en ti mismo/a,   olvidándote por completo de que eres,   un/a esclavo/a de Jesucristo.    Por ende,  te olvidas por completo de que estas bajo el señorío de Jesucristo,   lo cual significa que lo que tú quieres es más importante que lo que tu Señor te mandó que hicieses.

Veamos algunos ejemplos prácticos.    Cuando prefieres ir de paseo que ir a adorar al Señor junto a tus hermanos/as.     Cuando te vistes como a ti te gusta,    sin dar ninguna importancia a lo que el Señor te manda en su palabra.    Cuando compartes con otros divirtiéndote con obscenidades,   sensualidades,  vulgaridades.    Cuando tus prioridades personales están por sobre lo que tú debieras hacer,  y me refiero a lo que el Señor dice en su palabra que tú debieras estar haciendo.

Ahora,  ¿qué pasa cuando estas pasiones desordenadas,   pecaminosas no son crucificadas a tiempo?     Se desatan varios problemas que lamentablemente vemos dentro de las congregaciones que dicen ser iglesias cristianas (evangélicas),    y de muchos matrimonios cristianos,   y entre hermanos/as de la fe.    Para esto el Señor nos dejó una clara enseñanza por medio de su medio hermano en   Stgo. 4:1-10 donde dice así:

“¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones,     las cuales combaten en vuestros miembros?     2  Codiciáis, y no tenéis;    matáis y ardéis de envidia,    y no podéis alcanzar;   combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis,    porque no pedís.       3  Pedís, y no recibís,   porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.      4  !!Oh almas adúlteras!  ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?   Cualquiera,  pues,   que quiera ser amigo del mundo,  se constituye enemigo de Dios”.

Cuando las pasiones siguen combatiendo dentro de ti,   es porque todavía no las has crucificado.    Por otra parte,   cuando tus pasiones pecaminosas no son satisfechas,    se desata un sufrimiento que te atormentará.

Esto te hará actuar totalmente contrario a lo que el Señor te manda,   y se producen     pensamientos impuros,   enemistades,   pleitos,   celos,   enojos,   rivalidades,      disensiones,       envidias,   lo que Pablo nombra obras de la carne.    Te ruego que al escuchar esto,  puedas ser lo más honesto/a contigo mismo/a,   ya que el Señor sabe perfectamente lo que está sucediendo dentro de ti.    No te engañes a ti mismo/a.

Los Deseos

Los deseos son complementarios a las pasiones de la carne,   de hecho son la otra cara de tu yo,   de tu carne.    Estos deseos son tan invasivos como lo son las pasiones.    De hecho lo podemos aprender con toda claridad cómo está escrito en   1ªJn 2:15-16     “No améis al mundo,    ni las cosas que están en el mundo.     Si alguno ama al mundo,    el amor del Padre no está en él.      16  Porque todo lo que hay en el mundo,     los deseos de la carne,      los deseos de los ojos,     y la vanagloria de la vida,    no proviene del Padre,   sino del mundo.

NOTA:   La vanagloria de la vida se relaciona con las pasiones,  con la búsqueda de aquellas cosas que enaltecen tu amor propio,    tu auto estima,    tu sentirte bien,    tu auto-exaltación,   tu orgullo,   tu confianza en mí mismo,   tus pasiones pecaminosas.

En cambio los deseos,  que muy bien se separan en,   los deseos de la carne y los deseos de los ojos,    son la otra cara de nuestro yo.    Por un lado están las pasiones pecaminosas,  y por otra están los deseos.   Ambas actúan simultáneamente y se potencias entre ellas.

Estos deseos son usados por el diablo y sus huestes para tentarnos y llevarnos cautivos.   Recuerda que el diablo tentó al Señor Jesucristo en el desierto con estos dos deseos,   y lo está haciendo con mucho éxito con una gran mayoría de los cristianos verdaderos;   los otros “cristianos falsos” (los que creen equivocadamente que son cristianos),    ellos siempre quieren hacer los deseos de su padre el diablo,  como lo explica muy bien el Señor Jesucristo en Jn.8:44

Antes de continuar,  debemos separar los deseos de la carne y de los ojos,  que son pecaminosos,  con los deseos por alguna necesidad.   Yo puedo desear un plato de comida porque tengo hambre,   o un abrigo porque tengo frío.   Eso es tener una necesidad legítima,   y está bien tener un deseo de satisfacer ese tipo de necesidad.

Sin embargo,  hay otros deseos que son pecaminosos,    y son los que se generan para obtener placer y no por una necesidad legítima.    Si yo deseo tener un abrigo porque me gustó el que vi en la tienda (y tengo dos más en mi casa),  ya no tengo una necesidad,  sino que estoy deseando algo por codicia.    Si deseo bañarme en un jacuzzi,   es porque tengo un deseo de la carne y no porque tenga necesidad de hacerlo.

Muchas de estas cosas pueden parecer inocentes y muy buenas para la lógica del mundo,   por eso bien dice,  que estas cosas no provienen de Dios,   sino del mundo.    Cuidado con los engaños ! !

Hablemos específicamente de los deseos de la carne,  que se relacionan directamente con los placeres físicos,     que como está escrito:  “…y no satisfagáis los deseos de la carne que son: adulterio,   fornicación,   inmundicia,    lascivia,   idolatría,    hechicerías,    herejías,    homicidios,   borracheras,    orgías,   por nombrar algunos placeres físicos.

Tú dirás,   yo jamás haría eso ahora que soy cristiano.   Si no has crucificado tus deseos de la carne,   eres presa fácil para tus concupiscencias y el diablo.     Aunque un cristiano verdadero no puede practicar estos deseos (porque el Espíritu Santo lo detendrá en algún momento),  puede caer en ellos si no crucifica la carne con sus deseos;   con resultados muy duros.

Esto es lo que está sucediendo en muchas iglesias cristianas,   y que ha llegado a ser aceptado a tal punto,  que las mujeres se visten provocativamente,  los hombres buscan divertirse con deportes y asados,   los jóvenes se reúnen para pasarlo bien con todo tipo de mundanalidades,   los niños no honran a sus padres,   los pastores son condescendientes,   en otras palabras,   muchos dentro del cuerpo de Cristo,   son amigos del mundo y aman al mundo y todas las cosas que están en el mundo.

Esto es abominación delante de Dios,   quién crucificó a su Hijo unigénito,  para que nosotros podamos ser hechos justicia delante de Él.   Esto es lo que el Señor denominó como una iglesia tibia,  y lo que dice en Apo. 3:16 no es precisamente agradable.

Mientras más nos involucramos en estos placeres físicos,    mayor serán nuestros deseos de la carne.    Si yo no he experimentado nunca un masaje,  me será muy difícil desear uno.    Si nunca he participado de una orgía,    no me puedo imaginar lo que se siente.    Por lo tanto,   mientras menos participes de lo que hace el mundo,   menos posibilidades tendrás de ser tentado por los deseos de la carne.    Como se dice,   una vez que lo probaste,  te queda el gustito a poco.     Por esto y muchas otras razones más,   es que el Espíritu Santo nos advierte en varias partes del Nuevo Testamento,   que nos alejemos de las cosas del mundo.

Por otra parte están los deseos de los ojos.    Este es tema muy importante en nuestros tiempos,   ya que por los ojos nos está llegando cada vez más información.    Hoy en día el mundo virtual (visual) se ha desplegado en frente de nosotros de tal manera,  que ya no podemos escapar de esa invasión.    La tentación,    y el engaño,   y la seducción,    y la distracción,    y el entretenimiento,   está por todas partes.   Sobre todo en nuestros hogares,   y más específicamente en los televisores e internet.   Hermano/a,   te ruego que pongas mucha atención y seas sincero/a contigo mismo/a.

Los deseos de los ojos,  al contrario de los deseos de la carne,   no es necesario que lo hayas probado o experimentado para que te atraigan.     Los deseos de los ojos,  se relacionan con la codicia (querer tener)    y la imaginación  (querer sentir,  degustar,  experimentar).   Es una tentación que te seduce por lo que tú crees que es o por lo que te gustó cuando lo viste.

Este deseo es una piedra de tropiezo tanto para los hombres como para las mujeres y los niños,   aunque en diferente forma.   Sin embargo todos estamos desvalidos ante lo que se nos presenta por medio de la vista,   excepto los que son no videntes (hoy en día casi una ventaja).

Nuestra imaginación es una fuente de pecado ilimitada,   y que con el engaño de las imágenes visuales,   puede ser estimulada a tal punto,   que te llevará a desear lo que estás mirando.     Lo peor es que,   muchas veces no nos damos ni cuenta como estamos siendo embaucados y seducidos,   creyendo que somos lo suficientemente fuertes para resistir,  ignorando el mandamiento de ponernos toda la armadura de Dios.   Por eso lo que citamos anteriormente en Stgo. 1:14-15,   es tan cierto,  y debe ser entendido en toda su magnitud.

¿Cómo crucificar la carne con sus pasiones y deseos?

En la Palabra,   hay varias indicaciones claras y precisas.    Lo que será necesario,  por lo tanto,   es justamente hacer lo que se nos mandó,    y es “…permanecer en la palabra”.     Todo parte por ahí.    Mientras más tiempo pases en la palabra,    mayor será tu victoria sobre el pecado.    Esto no es difícil de entender.    Una lógica muy simple.    Mientras más alimento mi espíritu,    más se debilitará mi alma,   lo que hará que mi mente sea renovada y yo sea transformado (tal como dice en Ro. 12:2).

Pero será bueno ver algunos de estos mandamientos que se nos han dejado,  no para que los aprendamos a repetir de memoria,   sino para que los pongamos por obra.

El primero y probablemente el más importante,  es el que encontramos en  1ªJn 1:9  Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.    Aquí es donde clavaremos nuestra carne de la mejor manera.   Si confesamos a Dios nuestros pecados,  debilidades,  deseos y pasiones,   Él es fiel,  y no sólo nos perdonará,   sino que dice que nos limpiará de toda maldad.    El Señor nos limpiará y sacará todo lo que nos está haciendo daño,   pero nosotros deberemos confesarlo. 

Nosotros debemos reconocer y rechazar aquellas pasiones y deseos pecaminosos.   Aunque Dios conoce todas nuestras iniquidades,  él quiere que seamos honestos con nosotros mismos y que presentemos todo ante Él.

Esto de confesar,  se relaciona íntimamente con la oración.   La oración a solas con el Padre,   tal como lo enseñó el Señor en el sermón del monte,  cuando dijo que debemos orar en lo secreto,  a puerta cerrada.     Este tiempo a solas con Dios,   es de tal importancia,   que no tienes opción de evitarlo.    Mientras más tiempo pasas a solas con Dios,    más fácil te será crucificar tu carne con sus pasiones y deseos.   En otras palabras,   te será más fácil aborrecer tu vida en este mundo.

Por otra parte también dice en su palabra en cuanto a la forma práctica de aborrecer tu vida,   “…Huid de la fornicación”,   y también,  “…huid de la idolatría”,   y en otra parte dice:   “…huye también de las pasiones juveniles”.    Este mandamiento de huir es imperativo.    No es una opción.    Es una obligación.   El Señor sabe muy bien lo que nos espera en el camino,  y nos está diciendo sin rodeos,   que debemos literalmente huir.

Lo lamentable de esto,   es que muchas veces no queremos huir,  a pesar de que sabemos que estamos en peligro.   Eso porque nuestras pasiones y deseos son más importantes para nosotros.

En otras partes dice:  “...que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma”,    y agrega en otra parte:   “…desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones”,      y también dice:   “…pero desecha las cuestiones necias e insensatas”.    Estos son mandamientos que se nos dan en forma de sugerencia,   porque el Señor sabe que estas cosas no son buenas para nosotros.   Tú tienes que entender esto y le tienes que creer a Él,   y por sobre todo,   le tienes que obedecer.

En 1ªJn 2:15 está el mandamiento más directo respecto a lo que hemos estado viendo,   No améis al mundo,     ni las cosas que están en el mundo.    Si alguno ama al mundo,    el amor del Padre no está en él.   16  Porque todo lo que hay en el mundo,   los deseos de la carne,   los deseos de los ojos,    y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.    Se explica por sí mismo.    Lo contrario a amar es aborrecer.   Así volvemos al comienzo,   donde se nos decía que debemos aborrecer nuestra vida en este mundo.

Nuestra vida es todo aquello que hemos ido adquiriendo del mundo y no de Dios.    Todos lo que hemos ido aprendiendo,  conociendo,  degustando,   imaginando,  descubriendo que no se relaciona con el Señor Jesucristo,   es del  mundo.

Esta vida nuestra en este mundo,    se compone de las pasiones (prioridades) y de los deseos (placeres físicos),     y que no se relaciona con las necesidades legítimas que todo ser humano tiene,   y no me estoy refiriendo a derechos,  sino necesidades legítimas para la sobrevivencia (abrigo,  alimento,  agua,  techo).

Nuestra vida que tanto adoramos,    es la que se relaciona con nuestra autoestima,    auto-valoración,    auto-confianza,    amor a uno mismo,    orgullo y soberbia,    egocentrismo  y  edonismo,   en otras palabras que se relaciona con el humanismo (centralidad del ser humano),    la que nos lleva al pecado y por ende a alejarnos de Dios,    es la que debemos aborrecer,   odiar,  rechazar,    desechar,    abandonar,   como está escrito,  debemos crucificar.

Tal como lo dijo el Señor por medio de Pablo en Ro. 1:18-32,   y que más adelante explica en Ro. 3:9-18,   nuestra humanidad está totalmente desviada de la verdad,   que incluso ha invadido a la iglesia amada del Señor Jesucristo,   que hoy en día está tal cual lo profetizó el Señor en Apo. 3,   cuando habló de la iglesia de Laodicea.    Una iglesia tibia que cree estar muy bien con sus logros y éxito,    pero como dice el Señor mismo,    es pobre,   desnuda  y  desventurada.

Por eso hago esta reflexión,    con la esperanza de despertar tu inquietud,   para que crucifiques toda tu carne y aborrezcas tu vida en este mundo,   y seas así un/a verdadero/a discípulo/a de Jesucristo,   para la gloria de su santo nombre.  Amén.

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