martes, 27 de junio de 2017

Un Viaje en el Tiempo


 
Tras las huellas

de un tal llamado

Saulo de Tarso
 
Una carta ficticia basada en el primer viaje misionero de Pablo
por 

Ernesto Sauberlich Boelken 

Querido Padre, hace ya tiempo que no saben de mi allá en Mileto,  por eso les escribo y les saludo a todos los que amo tanto. 

Sucedió algo muy difícil de explicar,  pero esto me hizo escribir esta carta.

Llegaba yo a Antioquia, ya tarde y cansado de Trípolis,  después de haber recorrido el país de los judíos,   donde hice buenos negocios en muchas ciudades,   y donde había escuchado hablar de ese grupo de los del camino.  No le había dado mucha importancia,  ya que mis negocios me tenían ocupado.  Pero en cuanto entré en casa aquí en Antioquía,    lo primero con lo que me encontré,   fue,  que mi familia y amigos que me esperaba,  también hablaban de los mismos.  Pero aquí en Antioquía,   les llamaban cristianos.  Curioso nombre para unos locos que creen en que uno puede volver a vivir y que un tal Jesús volverá a buscarlos,  y otras tantas cosas extrañas.

En fin,  luego de descansar unos días y haber visitado mis amigos y conocidos,  que a todo esto también hablaban de estos personajes,  despertó mi curiosidad.  Consultando entre los míos,  me dijeron que algunos amigos míos se habían unido a los tales cristianos. 

Visité a Filesio de Atalia,  un muy buen amigo de la infancia que ahora seguía a este profeta que había muerto.  El me contó tales maravillas, que parecía haber perdido la razón.  Pero dado que lo conocía tanto tiempo,  decidí escucharlo.  Hablamos toda la noche, hasta tempranas horas de la mañana.  Fue tanto lo que insistió en que tenía que conocer a un tal Bernabé y a un Saulo,    que me convenció que viajáramos a Atalia su ciudad natal,  ya que le habían informado que habían llegado allá.  Yo pensé que era una buena idea,  ya que podría hacer negocios en las ciudades en el camino. 

Así fue como dos días mas tarde navegamos de Seleucia a la Isla Grande.    A pesar de que no me gusta Chipre,  tenía algunos clientes que no había visto en mucho tiempo.  Llegamos tarde a Salamina,  por lo que decidimos hospedarnos en la posada de uno de mis clientes.  Esa misma noche,  Filesio se encontró con otros de su grupo y se pusieron a hablar de las cosas que el tal Saulo les había enseñado.  Mi curiosidad comenzó a intranquilizarme.  A la mañana siguiente mi amigo insistió en que saliéramos muy temprano hacia Pafos,   el puerto al otro lado de la Isla,  ya que el único barco que iría a Atalia,   salía en cuatro días y el viaje hasta Pafos duraría por lo menos tres días. 

Muy molesto por su insistencia y el hecho de que no había podido visitar a mis clientes en Salamina,  accedí y nos montamos en caballos al amanecer.  En cada lugar donde nos deteníamos en el camino,  Filesio se las arreglaba para encontrar alguno que había conocido a Saulo o Bernabé y que ahora creían en un tal Jesús.  Yo no entendía nada,  por un lado este Saulo hacía milagros,  y por otro estos cristianos o como los llamaban ahora creían en Jesús,   y no en Saulo. 

Finalmente llegamos a Pafos muy tarde y nos hospedamos.  Cuando por fin gozaba de un buen guisado de cordero y me disponía a degustar vino de la Isla,  una de las pocas cosas buenas de este lugar,  Filesio me llama para que nos sentáramos a la mesa del procónsul Sergio Paulo,  que había conocido a Saulo.  En vista de que era una autoridad y nos invitaba a sentarnos con él,    pensé que me podría servir para mis negocios. 

Para mi sorpresa este también había creído en lo que llamaban doctrina de Jesús el Cristo.  Mientras cenábamos,  el procónsul contaba como este Pablo,  porque así le habían puesto ahora,  había dejado ciego a un tal Elimas,  un mago muy conocido de la zona.  Esto lo había hecho sin tocarlo,  con sólo decir algo como “hijo del diablo,  enemigo de la justicia,  la mano del Señor está contra ti, y serás ciego”.   Eso me pareció algo exagerado,  pero al parecer era cierto ya que todos lo confirmaban.  Finalmente pude terminar mi cena y lo mejor fue que la pagó el procónsul. 

Muy de madrugada mi amigo Filesio,  al cual quería menos cada día,  me sacó de la cama para que subiésemos al barco que salía hacia Atalia.  Durante el viaje,  mi amigo seguía hablando con estos cristianos que también seguían a Pablo,  y decidí escucharlos.  Tengo que admitir que era interesante lo que discutían,  pero al parecer no tenían muy claras las cosas,  ya que unos decían que había que arrepentirse de lo que llamaban pecados y otros que había que circuncidarse y otros que Jesucristo era Dios.  En fin,  no me quedó muy claro de lo que se trataba todo esto.   

Llegados a Atalia, seguimos de inmediato a Perge, donde fuimos recibidos por Cotello el hermano de Filesio,  quién nos llevó a su casa.  Un delicioso cordero se encontraba sobre las brasas y me deleitaba en la idea de un buen vino y pan casero que se podía oler en todas partes.  Pero todos se inclinaron y comenzaron a murmurar algo en el nombre de Jesús.  Filesio me explicó que estaban orando.  Esto se hacía para comunicarse con este Jesús que había muerto pero que al parecer había vuelto a vivir o resucitado como ellos le llamaban,  y que ahora había subido al cielo y estaba sentado al lado de un Dios.     También decían que todos los que creían en Jesucristo,  recibían algo que llamaban Espíritu Santo,  que les daba un poder.    Te puedes imaginar lo confundido que estaba yo.  Mientras yo gozaba el cordero asado,   del pan y el vino,  Filesio, Cotello y sus amigos hablaban sin cesar de lo que habían aprendido de este Pablo y Bernabé.  Tengo que admitir que todo esto me comenzaba a sorprender cada vez más. 

A la mañana siguiente tuvimos noticia de que Pablo y sus seguidores habían sido expulsados de Antioquia de Pisidia,  y que ya se encontraban hace varios días en Iconio.  En las sinagogas de los judíos,  había mucho revuelco,  unos alegaban contra otros.  Dos amigos de Cotello que antes eran judíos y que habían sido expulsados de la sinagoga por seguir a Jesús, que los cristianos decían que era el Mesías que esperaban desde los tiempos antiguos,    nos contaron que se estaban organizando los judíos para ir a detener a Pablo y Bernabé.   Cuando Filesio lo supo,   de inmediato mandó a buscar a su hermano y los demás cristianos y partimos esa tarde a Iconio.  Tuvimos que pasar por Antioquia de Pisidia,  y cuando llegamos nos recibieron los cristianos y nos quedamos con ellos esa noche.  Todos se juntaron a orar para comunicarse con Jesús y le pedían por Pablo y Bernabé que los libere de todo mal y persecución.  Yo le dije a Filesio que si quería ayudarle a ese Pablo,  en vez de tratar de comunicarse con alguien que no podía ver,  fuésemos a encontrarnos con Pablo y decirlo que lo quieren matar. 

Filesio me trató de tranquilizar,  diciendo que Jesús tenía el poder para detener a cualquier persona y que los milagros eran por obra de él.  Que si el Espíritu Santo les mostraba que teníamos que ir,  partiríamos de inmediato. 

A este punto,  ya había comenzado a estimar a este Pablo,  y en vista que nadie iba a ir a avisarle lo que los judíos planeaban hacer,  decidí partir por mi cuenta.  Le dije a Filesio que iba a ir a ver unos clientes y que volvía mañana.  Cargue mi equipaje en mi caballo,  y partí hacia Iconio.  Llegué esa misma tarde a Iconio y me hice pasar por cristiano para ver si podía encontrar a Pablo y Bernabé.  Los hermanos,  porque así se llaman entre si,  me recibieron muy bien,  y me dijeron que Pablo y Bernabé, la semana pasada,  habían tenido que huir a Listra o Derbe.  Primero me pareció que Filesio y los cristianos tenían razón.  Ese Jesús al parecer había ayudado a Pablo salvar su vida.  Pero cuando me explicaron que habían sido los judíos y gobernantes de Iconio los que habían tratado de matarlos,  les dije que de Antioquia iban a venir judíos para matarle.  Ellos al igual que los otros se pusieron a orar.  Yo ya no soportaba más esta costumbre,    así que partí de inmediato a Listra para ver si Pablo y su amigo se encontraban ahí. 

Cuando entré en la ciudad había tal revuelco y griterío que no sabía lo que estaba sucediendo.  Finalmente encontré un grupo que estaba orando y les pregunté que pasaba y me dijeron que iban a matar a Pablo.  Corrí desesperado a ver donde estaba y vi como lo llevaban arrastrando muerto fuera de la ciudad.  No podía creer lo que había visto.  No entendía nada.  Al parecer este Jesús no tenía poder para salvar al que se suponía era el mas importante representante de los cristianos. 

Me aproxime a un grupo de hombres que se habían parado alrededor del cadáver y de pronto este Pablo se comenzó a parar.  Casi me desmaye de la impresión.  Ahora comenzaba a creer que Jesús si tenía un poder.  Lo seguí para ver donde iba,  y lo más increíble es que volvió a entrar en la ciudad.  Esa noche mientras le curaban las heridas,  Pablo nos explicaba que era necesario padecer y sufrir tribulaciones para que podamos entrar en el reino de los cielos.   Esto no me gustó para nada,  sobre todo después de lo que vi.  Pero aún más me sorprendió el ver como todos estaban de acuerdo con lo que Pablo decía y seguían alabando al que ahora llamaban,  Señor Jesucristo.  Al día siguiente salimos camino a Derbe.  Pablo apenas podía mantenerse sobre el burro.  En un momento me acerqué para darle de beber de mi agua.  Era un hombre pequeño en estatura con rasgos toscos,  pero cuando levantó la vista y vi sus ojos,  había, a pesar del dolor que sentía por las heridas,    una mirada llena de paz.  Fue tanto lo que me sorprendió que casi dejé caer el odre con el agua.  Su vos era agradable.  Me preguntó mi nombre y de donde era.  Le respondí que me llamaba Trófimo y era de Antioquia.  El me respondió que quería volver pronto allá,  porque había muchos hermanos en Antioquia. 

Llegamos tarde a Derbe,   y de inmediato fuimos llevados a la casa de uno de los hermanos.  A este punto yo ya estaba muy interesado en todo lo que Pablo contaba,  así es que me quedé con ellos.  Al día siguiente encontré un amigo de Filesio con el cual le mandé un mensaje a Antioquia de Pisidia,  para que viniese y nos juntásemos en Derbe,   ya que al parecer aquí no había oposición ni judíos que perseguían a Pablo o Bernabé.  Pablo comenzó de inmediato junto con Bernabé a hablarles a todos de Jesús,  el Cristo como ellos decían.  Yo aproveché la ocasión para ir a visitar algunos clientes que en vez de comprar me preguntaban quién era este personaje y de que se trataba todo este enredo. 

Se pueden imaginar ahora yo estaba contando lo que Pablo decía,  pero sin entender bien de que se trataba.  Fue tanto lo que se estremecían al escuchar lo que yo les contaba,  que partieron en busca de Pablo para oír directamente de la fuente.  No me quedó otra que unirme y sentarme a escuchar también. 

Ya habían pasado tres días y esa noche decidí sentarme en la sala donde estaba hablando Pablo y escuché detenidamente.  Nunca imaginé lo que me iba a ocurrir.  Las horas pasaron volando y ya comenzaba a amanecer.  Todos estábamos como anonadados y de pronto comenzamos a sentir algo raro,    como si desde nuestro interior brotara una alegría y una tranquilidad,  pero no lo pude explicar,  sólo que me puse a llorar con una alegría y un gozo sin igual. 

Recién en ese momento entendí lo que estaba hablando Pablo de que era necesario arrepentirse de todo lo malo que había hecho y que necesitaba entregar mi vida a Jesucristo el Señor.  Que no podía seguir adelante ni un solo paso más sin antes detenerme y rendir todo lo que era y tenía al señorío de Jesús.  Fue algo tan extraordinario,  algo que no tiene explicación lógica y que iba completamente en contra de todo lo que yo pensaba hasta ese momento.  Esto mismo le sucedió a muchos más esa misma mañana.  Todo el día anduve como en las nubes, mi gozo no cesaba.  

Bajamos al río al día siguiente,  y los discípulos que viajaban con Pablo comenzaron a bautizar como lo había mandado Jesús,  así es que yo también fui bautizado.  De ese instante yo también fui un discípulo de Jesús.  Decidí en ese momento unirme al grupo que viajaba con Pablo.  Filesio llegó al día siguiente y no podía creer lo que le estaba contando.  Daba saltos de gozo y juntos alabamos a Dios. 

Pablo nos dijo que saldríamos al día siguiente de vuelta,  y que pasaríamos a visitar a las Iglesias en Listra,   Iconio y Antioquia de Pisidia.  No podíamos creer lo que escuchábamos.  Volver a esas ciudades donde casi lo mataron.  Parecía una locura,  pero entendí que era el Espíritu Santo el que le decía lo que tenía que hacer.   

Fui rápidamente a cobrar a todos mis acreedores,  lo cual fue una buena idea,  ya que pude ayudar en el financiamiento del viaje de regreso.  Nos detuvimos brevemente en cada ciudad,  y cada encuentro con las Iglesias fue una bendición maravillosa.  Pablo y Bernabé,  ayunaban con los hermanos y orando imponían manos nombrando ancianos en cada Iglesia que visitábamos.  En todas partes nos encomendaban con alimentos,    mercaderías y dinero para el viaje.  Era increíble ver y entender ahora todo lo que significaba ser parte de esta familia cristiana.  Todos ayudaban y oraban los unos por los otros.  Y por fin podía entender lo que Pablo decía cuando hablaba de que debíamos permanecer en la fe,   y de era necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.

Continuamos viaje por Pisidia y Panfilia y llegamos a Perge.  Nuevamente nos recibieron los hermanos con alimentos y bebida.  Pablo ese mismo día predicó el mensaje de Jesucristo,  el evangelio como él decía.  Al día siguiente bajamos a Atalia.  Había un barco en el puerto el cual salía ese mismo día hacia Antioquia. 

Nos embarcamos de inmediato.  Pablo estaba muy feliz,  ya que pronto volvería a ver a su amada Iglesia en Antioquia.  Durante el viaje pude conversar varias veces en privado con Pablo y lo invité a que se quedara en mi casa cuando llegáramos a Antioquia,  ya que tengo una casa de huéspedes que está desocupada.  Él lo acepto con mucha gratitud. 

Los vientos eran favorables,  por lo que llegamos en dos días.  En Seleucia estaban esperando a Pablo y Bernabé varios hermanos.  Subimos a Antioquia y fue una verdadera fiesta cuando la Iglesia volvió a ver a sus amados hermanos. 

Pablo aún esta viviendo aquí conmigo,  y todos los días oramos y nos reunimos con nuestros hermanos. 

Padre,  no se si puedes entender lo feliz que soy.  En cuanto pueda iré a verlos,   les contaré con más detalle todo lo que sucedió.  Les mando saludos a nuestra madre y mis hermanos. 

Que Dios les bendiga.  (ya les explicaré lo que eso significa).
Tu hijo Trófimo te ama.

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