Tras las huellas
de un tal llamado
Saulo de Tarso
Una carta
ficticia basada en el primer viaje misionero de Pablo
por
Ernesto Sauberlich Boelken
Querido
Padre, hace ya tiempo que no saben de mi allá en Mileto, por eso les escribo y les saludo a todos los
que amo tanto.
Sucedió
algo muy difícil de explicar, pero esto
me hizo escribir esta carta.
Llegaba
yo a Antioquia, ya tarde y cansado de Trípolis, después de haber recorrido el país de los
judíos, donde hice buenos negocios en
muchas ciudades, y donde había
escuchado hablar de ese grupo de los del camino. No le había dado mucha importancia, ya que mis negocios me tenían ocupado. Pero en cuanto entré en casa aquí en
Antioquía, lo primero con lo que me encontré, fue, que
mi familia y amigos que me esperaba,
también hablaban de los mismos.
Pero aquí en Antioquía, les
llamaban cristianos. Curioso nombre para
unos locos que creen en que uno puede volver a vivir y que un tal Jesús volverá
a buscarlos, y otras tantas cosas
extrañas.
En
fin, luego de descansar unos días y
haber visitado mis amigos y conocidos,
que a todo esto también hablaban de estos personajes, despertó mi curiosidad. Consultando entre los míos, me dijeron que algunos amigos míos se habían
unido a los tales cristianos.
Visité
a Filesio de Atalia, un muy buen amigo
de la infancia que ahora seguía a este profeta que había muerto. El me contó tales maravillas, que parecía
haber perdido la razón. Pero dado que lo
conocía tanto tiempo, decidí
escucharlo. Hablamos toda la noche,
hasta tempranas horas de la mañana. Fue
tanto lo que insistió en que tenía que conocer a un tal Bernabé y a un Saulo, que me convenció que viajáramos a Atalia su
ciudad natal, ya que le habían informado
que habían llegado allá. Yo pensé que
era una buena idea, ya que podría hacer
negocios en las ciudades en el camino.
Así
fue como dos días mas tarde navegamos de Seleucia a la Isla Grande. A
pesar de que no me gusta Chipre, tenía
algunos clientes que no había visto en mucho tiempo. Llegamos tarde a Salamina, por lo que decidimos hospedarnos en la posada
de uno de mis clientes. Esa misma
noche, Filesio se encontró con otros de
su grupo y se pusieron a hablar de las cosas que el tal Saulo les había
enseñado. Mi curiosidad comenzó a
intranquilizarme. A la mañana siguiente
mi amigo insistió en que saliéramos muy temprano hacia Pafos, el puerto al otro lado de la Isla, ya que el único barco que iría a Atalia, salía en cuatro días y el viaje hasta Pafos duraría
por lo menos tres días.
Muy
molesto por su insistencia y el hecho de que no había podido visitar a mis
clientes en Salamina, accedí y nos
montamos en caballos al amanecer. En
cada lugar donde nos deteníamos en el camino,
Filesio se las arreglaba para encontrar alguno que había conocido a
Saulo o Bernabé y que ahora creían en un tal Jesús. Yo no entendía nada, por un lado este Saulo hacía milagros, y por otro estos cristianos o como los
llamaban ahora creían en Jesús, y no en
Saulo.
Finalmente
llegamos a Pafos muy tarde y nos hospedamos.
Cuando por fin gozaba de un buen guisado de cordero y me disponía a
degustar vino de la Isla, una de las
pocas cosas buenas de este lugar,
Filesio me llama para que nos sentáramos a la mesa del procónsul Sergio
Paulo, que había conocido a Saulo. En vista de que era una autoridad y nos
invitaba a sentarnos con él, pensé que me podría servir para mis negocios.
Para
mi sorpresa este también había creído en lo que llamaban doctrina de Jesús el
Cristo. Mientras cenábamos, el procónsul contaba como este Pablo, porque así le habían puesto ahora, había dejado ciego a un tal Elimas, un mago muy conocido de la zona. Esto lo había hecho sin tocarlo, con sólo decir algo como “hijo del
diablo, enemigo de la justicia, la mano del Señor está contra ti, y serás
ciego”. Eso me pareció algo exagerado, pero al parecer era cierto ya que todos lo
confirmaban. Finalmente pude terminar mi
cena y lo mejor fue que la pagó el procónsul.
Muy
de madrugada mi amigo Filesio, al cual
quería menos cada día, me sacó de la
cama para que subiésemos al barco que salía hacia Atalia. Durante el viaje, mi amigo seguía hablando con estos cristianos
que también seguían a Pablo, y decidí
escucharlos. Tengo que admitir que era
interesante lo que discutían, pero al
parecer no tenían muy claras las cosas,
ya que unos decían que había que arrepentirse de lo que llamaban pecados
y otros que había que circuncidarse y otros que Jesucristo era Dios. En fin,
no me quedó muy claro de lo que se trataba todo esto.
Llegados
a Atalia, seguimos de inmediato a Perge, donde fuimos recibidos por Cotello el
hermano de Filesio, quién nos llevó a su
casa. Un delicioso cordero se encontraba
sobre las brasas y me deleitaba en la idea de un buen vino y pan casero que se
podía oler en todas partes. Pero todos
se inclinaron y comenzaron a murmurar algo en el nombre de Jesús. Filesio me explicó que estaban orando. Esto se hacía para comunicarse con este Jesús
que había muerto pero que al parecer había vuelto a vivir o resucitado como
ellos le llamaban, y que ahora había
subido al cielo y estaba sentado al lado de un Dios. También decían que todos los que creían en
Jesucristo, recibían algo que llamaban
Espíritu Santo, que les daba un poder. Te puedes imaginar lo confundido que estaba
yo. Mientras yo gozaba el cordero asado, del pan y el vino, Filesio, Cotello y sus amigos hablaban sin
cesar de lo que habían aprendido de este Pablo y Bernabé. Tengo que admitir que todo esto me comenzaba
a sorprender cada vez más.
A
la mañana siguiente tuvimos noticia de que Pablo y sus seguidores habían sido
expulsados de Antioquia de Pisidia, y
que ya se encontraban hace varios días en Iconio. En las sinagogas de los judíos, había mucho revuelco, unos alegaban contra otros. Dos amigos de Cotello que antes eran judíos y
que habían sido expulsados de la sinagoga por seguir a Jesús, que los
cristianos decían que era el Mesías que esperaban desde los tiempos antiguos, nos contaron que se estaban organizando los
judíos para ir a detener a Pablo y Bernabé. Cuando
Filesio lo supo, de inmediato mandó a buscar a su hermano y los
demás cristianos y partimos esa tarde a Iconio.
Tuvimos que pasar por Antioquia de Pisidia, y cuando llegamos nos recibieron los
cristianos y nos quedamos con ellos esa noche.
Todos se juntaron a orar para comunicarse con Jesús y le pedían por
Pablo y Bernabé que los libere de todo mal y persecución. Yo le dije a Filesio que si quería ayudarle a
ese Pablo, en vez de tratar de
comunicarse con alguien que no podía ver,
fuésemos a encontrarnos con Pablo y decirlo que lo quieren matar.
Filesio
me trató de tranquilizar, diciendo que
Jesús tenía el poder para detener a cualquier persona y que los milagros eran
por obra de él. Que si el Espíritu Santo
les mostraba que teníamos que ir,
partiríamos de inmediato.
A
este punto, ya había comenzado a estimar
a este Pablo, y en vista que nadie iba a
ir a avisarle lo que los judíos planeaban hacer, decidí partir por mi cuenta. Le dije a Filesio que iba a ir a ver unos
clientes y que volvía mañana. Cargue mi
equipaje en mi caballo, y partí hacia
Iconio. Llegué esa misma tarde a Iconio
y me hice pasar por cristiano para ver si podía encontrar a Pablo y
Bernabé. Los hermanos, porque así se llaman entre si, me recibieron muy bien, y me dijeron que Pablo y Bernabé, la semana
pasada, habían tenido que huir a Listra
o Derbe. Primero me pareció que Filesio
y los cristianos tenían razón. Ese Jesús
al parecer había ayudado a Pablo salvar su vida. Pero cuando me explicaron que habían sido los
judíos y gobernantes de Iconio los que habían tratado de matarlos, les dije que de Antioquia iban a venir judíos
para matarle. Ellos al igual que los
otros se pusieron a orar. Yo ya no
soportaba más esta costumbre, así que
partí de inmediato a Listra para ver si Pablo y su amigo se encontraban ahí.
Cuando
entré en la ciudad había tal revuelco y griterío que no sabía lo que estaba
sucediendo. Finalmente encontré un grupo
que estaba orando y les pregunté que pasaba y me dijeron que iban a matar a
Pablo. Corrí desesperado a ver donde
estaba y vi como lo llevaban arrastrando muerto fuera de la ciudad. No podía creer lo que había visto. No entendía nada. Al parecer este Jesús no tenía poder para
salvar al que se suponía era el mas importante representante de los cristianos.
Me
aproxime a un grupo de hombres que se habían parado alrededor del cadáver y de
pronto este Pablo se comenzó a parar.
Casi me desmaye de la impresión.
Ahora comenzaba a creer que Jesús si tenía un poder. Lo seguí para ver donde iba, y lo más increíble es que volvió a entrar en
la ciudad. Esa noche mientras le curaban
las heridas, Pablo nos explicaba que era
necesario padecer y sufrir tribulaciones para que podamos entrar en el reino de
los cielos. Esto no me gustó para nada, sobre todo después de lo que vi. Pero aún más me sorprendió el ver como todos
estaban de acuerdo con lo que Pablo decía y seguían alabando al que ahora llamaban,
Señor Jesucristo. Al día siguiente salimos camino a Derbe. Pablo apenas podía mantenerse sobre el
burro. En un momento me acerqué para
darle de beber de mi agua. Era un hombre
pequeño en estatura con rasgos toscos,
pero cuando levantó la vista y vi sus ojos, había, a pesar del dolor que sentía por las
heridas, una mirada llena de paz. Fue tanto lo que me sorprendió que casi dejé
caer el odre con el agua. Su vos era
agradable. Me preguntó mi nombre y de
donde era. Le respondí que me llamaba Trófimo
y era de Antioquia. El me respondió que
quería volver pronto allá, porque había
muchos hermanos en Antioquia.
Llegamos
tarde a Derbe, y de inmediato fuimos
llevados a la casa de uno de los hermanos.
A este punto yo ya estaba muy interesado en todo lo que Pablo
contaba, así es que me quedé con
ellos. Al día siguiente encontré un
amigo de Filesio con el cual le mandé un mensaje a Antioquia de Pisidia, para que viniese y nos juntásemos en Derbe, ya que al parecer aquí no había oposición ni
judíos que perseguían a Pablo o Bernabé.
Pablo comenzó de inmediato junto con Bernabé a hablarles a todos de
Jesús, el Cristo como ellos decían. Yo aproveché la ocasión para ir a visitar
algunos clientes que en vez de comprar me preguntaban quién era este personaje
y de que se trataba todo este enredo.
Se
pueden imaginar ahora yo estaba contando lo que Pablo decía, pero sin entender bien de que se
trataba. Fue tanto lo que se estremecían
al escuchar lo que yo les contaba, que
partieron en busca de Pablo para oír directamente de la fuente. No me quedó otra que unirme y sentarme a
escuchar también.
Ya
habían pasado tres días y esa noche decidí sentarme en la sala donde estaba
hablando Pablo y escuché detenidamente.
Nunca imaginé lo que me iba a ocurrir.
Las horas pasaron volando y ya comenzaba a amanecer. Todos estábamos como anonadados y de pronto
comenzamos a sentir algo raro, como si desde nuestro interior brotara una
alegría y una tranquilidad, pero no lo
pude explicar, sólo que me puse a llorar
con una alegría y un gozo sin igual.
Recién
en ese momento entendí lo que estaba hablando Pablo de que era necesario
arrepentirse de todo lo malo que había hecho y que necesitaba entregar mi vida
a Jesucristo el Señor. Que no podía
seguir adelante ni un solo paso más sin antes detenerme y rendir todo lo que
era y tenía al señorío de Jesús. Fue
algo tan extraordinario, algo que no
tiene explicación lógica y que iba completamente en contra de todo lo que yo
pensaba hasta ese momento. Esto mismo le
sucedió a muchos más esa misma mañana.
Todo el día anduve como en las nubes, mi gozo no cesaba.
Bajamos
al río al día siguiente, y los
discípulos que viajaban con Pablo comenzaron a bautizar como lo había mandado
Jesús, así es que yo también fui
bautizado. De ese instante yo también
fui un discípulo de Jesús. Decidí en ese
momento unirme al grupo que viajaba con Pablo.
Filesio llegó al día siguiente y no podía creer lo que le estaba
contando. Daba saltos de gozo y juntos
alabamos a Dios.
Pablo
nos dijo que saldríamos al día siguiente de vuelta, y que pasaríamos a visitar a las Iglesias en
Listra, Iconio y Antioquia de Pisidia. No podíamos creer lo que escuchábamos. Volver a esas ciudades donde casi lo
mataron. Parecía una locura, pero entendí que era el Espíritu Santo el que
le decía lo que tenía que hacer.
Fui
rápidamente a cobrar a todos mis acreedores,
lo cual fue una buena idea, ya
que pude ayudar en el financiamiento del viaje de regreso. Nos detuvimos brevemente en cada ciudad, y cada encuentro con las Iglesias fue una
bendición maravillosa. Pablo y Bernabé, ayunaban con los hermanos y orando imponían
manos nombrando ancianos en cada Iglesia que visitábamos. En todas partes nos encomendaban con
alimentos, mercaderías y dinero para el viaje. Era increíble ver y entender ahora todo lo
que significaba ser parte de esta familia cristiana. Todos ayudaban y oraban los unos por los
otros. Y por fin podía entender lo que
Pablo decía cuando hablaba de que debíamos permanecer en la fe, y de era necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios.
Continuamos
viaje por Pisidia y Panfilia y llegamos a Perge. Nuevamente nos recibieron los hermanos con
alimentos y bebida. Pablo ese mismo día
predicó el mensaje de Jesucristo, el
evangelio como él decía. Al día
siguiente bajamos a Atalia. Había un
barco en el puerto el cual salía ese mismo día hacia Antioquia.
Nos
embarcamos de inmediato. Pablo estaba
muy feliz, ya que pronto volvería a ver
a su amada Iglesia en Antioquia. Durante
el viaje pude conversar varias veces en privado con Pablo y lo invité a que se
quedara en mi casa cuando llegáramos a Antioquia, ya que tengo una casa de huéspedes que está
desocupada. Él lo acepto con mucha
gratitud.
Los
vientos eran favorables, por lo que
llegamos en dos días. En Seleucia
estaban esperando a Pablo y Bernabé varios hermanos. Subimos a Antioquia y fue una verdadera
fiesta cuando la Iglesia volvió a ver a sus amados hermanos.
Pablo
aún esta viviendo aquí conmigo, y todos
los días oramos y nos reunimos con nuestros hermanos.
Padre, no se si puedes entender lo feliz que
soy. En cuanto pueda iré a verlos, les
contaré con más detalle todo lo que sucedió.
Les mando saludos a nuestra madre y mis hermanos.
Que
Dios les bendiga. (ya les explicaré lo
que eso significa).
Tu
hijo Trófimo te ama.
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